El autor de El sendero de la mano izquierda, donde cuenta el secreto de la felicidad y Soseki: Inmortal y tigre, dedicado a su célebre mascota, es conocido por el gran público principalmente por su faceta de presentador de televisión —al que debemos algunos de los momentos más memorables de la pantalla— aunque también se le puede definir de otras muchas maneras: profesor en diversos países, actor en series y películas, místico sin iglesia, tertuliano siempre polémico, pansexual, apátrida por vocación, ganador del Premio Nacional de Literatura, niponófilo con la misma pasión con la que detesta España, entusiasta de las pastillas (de las de herbolario y de las buenas), joven de 75 años, anarquista reaccionario y poseedor del raro privilegio de tener una especie de escarabajo bautizada con su nombre (el Somaticus sanchezdragoi). Pero, por encima de todas las cosas, nos dice, aquello a lo que nunca podrá renunciar en la vida es a su condición de viajero, lector y escritor.
Hace poco citaba una frase de William Blake: “La persona que jamás cambia de opinión es como el agua estancada: su mente cría sabandijas”. Supongo que por su trayectoria personal se sentirá especialmente identificado.
Sí, efectivamente. Pero habría que matizarlo un poco. El que no cambia nunca de opinión es que está muerto, es un marmolillo. Esta clase de gente que te dice “yo soy de izquierdas de toda la vida” o “yo seré de derechas hasta que me muera”. Evidentemente todos vamos cambiando físicamente, psíquicamente y a medida que se van modificando nuestras circunstancias. Pero sin embargo hay algo que permanece: el sentido del propio yo. Vas envejeciendo, te resulta difícil reconocer en el espejo la imagen que te arrojó hace 20 o 40 años y sin embargo la conciencia del propio yo sigue existiendo. ¿Y qué es lo que nos confiere ese sentido de la identidad? Yo creo que es el carácter. Nacemos con un determinado carácter y eso es prácticamente lo único que no cambia a lo largo de la vida. Por supuesto que se manifiesta de diferentes maneras, pero el carácter permanece y te lleva a mantener una determinada actitud ante las cosas. Desde ese punto de vista me sorprende que aparentemente he sido versátil, he sido de izquierdas cuando tenía 20 años, milité incluso en el Partido Comunista. Y ahora en cambio no tengo nada que ver con la izquierda —lo que no significa que tenga mucho en común con la derecha—. Sin embargo cuando leo no te digo ya mi primera novela, escrita a los 23 años, cuando leo cosas que escribía en el colegio con 8 o 10 años, los primeros poemas en la universidad… La verdad es que me sorprendo al decir cosas que sigo diciendo ahora. Los hinduistas dicen que estamos viviendo en la época del Kali Yuga: la época de disolución y materialismo, donde todos los valores éticos y estéticos se van al traste y entonces uno se olvida de quién es. El ser humano no puede cumplir con ese viejo precepto de la eterna sabiduría, sophia perennis, que es “conócete a ti mismo”. Eso es muy difícil en el momento actual. Ya los vedas, hace miles de años, proponen un juego muy curioso llamado el Vichara. Es una palabra sánscrita que se podría traducir como juego de la indagación del yo. El juego consiste en lo siguiente: coges un papel y en dos minutos tienes que responder a la pregunta “¿Quién soy yo?” Y dices lo primero que se te pase por la cabeza. Vuelves a coger otro papel y respondes a la misma pregunta, pero sin dar ningún dato de tu biografía. Coges en tercer lugar otro papel y tienes que responder sin ningún dato sobre opiniones o creencias. Y en cuarto lugar, coges otro papel y tienes que responder sin dar datos sobre tu aspecto físico. De esa forma, dicen los vedas, habrás averiguado quién no eres, que es el primer paso para saber quién eres. Por eso, hayas sido de izquierdas o de derechas, español o guatemalteco, todo eso puede haber ido cambiando, pero la conciencia del yo permanece.
En los años 80 se definía como antieuropeísta, debían ser tres o cuatro en toda España, pero en estos momentos el rechazo a Europa parece estar mucho más extendido.
Es sorprendente. Y no voy a ocultar que en cierto modo me enorgullece. Tengo colgado a la entrada el telegrama que envié al Ministerio de Justicia pidiendo, ante la infamia cometida, el estatuto de apátrida. Recibí la callada por respuesta, pero se armó un gran barullo. Aquello saltó a la prensa —yo era prácticamente el único disidente— y me empezaron a llevar a entrevistas. Recuerdo una con Iñaki Gabilondo en la que, solo ante el peligro como en aquella película, yo era el único del debate que atacaba a Europa. En aquella época tenía Gabilondo un artilugio llamado el Sermómetro, que era una encuesta realizada tras el debate a partir de las miles de llamadas que se recibían y ante el estupor de todo el mundo casi toda España —salvo Castilla y León y, por los pelos, Cataluña— me dio la razón. Fundé entonces la Agrupación de Comunidades Ibéricas Miguel de Unamuno, para la salida de España y Portugal del Mercado Común. Recibí adhesiones sorprendentes de gente que no conocía en aquél momento como Albert Boadella o Saramago. Finalmente aquella agrupación quedó en nada, porque yo sirvo para lanzar ideas pero no para gestionarlas.
Pero cuando entramos en el euro, recuerdo que una novia de mi hijo ante mi asombro se levantó a las 12 en punto diciendo “¡qué ilusión, ahora empieza el euro, quiero ser la primera en tener uno!”, se bajó a la calle y en el primer cajero saco unos euros y volvió orgullosísima. Fue entonces cuando escribí un artículo contándolo y diciendo que esto iba a ser un desastre, que no se pueden juntar churras con merinas y que era un juguetito de los políticos que iba en contra del sentido común. Y ahora me están dando la razón. Europa se hunde, es un desastre, no hay nada que hacer. Europa dentro de poco será el tercer mundo. Continuamente voy y vengo de Oriente, que es lo que realmente está creciendo: India, China, Malasia, Vietnam, Corea… y tengo impresiones parecidas cuando voy de Bangkok a París a las que tuve en 1967 cuando desde Roma llegué a Bopal. Y esto es algo de lo que los europeos no se dan cuenta, están ciegos y sordos. Mudos no, porque hablan y hablan sin parar, pero sin decidir nada. Pero ya verás como Europa se va al diablo.
¿Entonces qué es lo que va a pasar? Un nuevo orden mundial. En la historia universal hay corrientes telúricas que cuando llega su momento se abren paso a una velocidad vertiginosa y no hay quien las detenga. Hubo un milenio que fue el del Mediterráneo: el milenio de la Natividad, de la Hélade, de Egipto… Luego otro milenio que fue del Atlántico, el de Estados Unidos, Inglaterra, los imperios coloniales… y ahora llega el milenio del Pacífico. Hay tres grandes bloques emergentes en el mundo: uno es Rusia, otro es el sudeste asiático y el otro los países musulmanes. Estos últimos están desunidos entre sí, pero en el momento en que se unan Europa se va a convertir en un parque temático, en un museo. Los rusos, musulmanes y chinos vendrán a disfrutar de nuestra gastronomía, a beber nuestro vino, a tirarse a nuestras mujeres y visitar nuestros museos.
Entonces los valores occidentales de libertad, democracia… ¿Están en peligro?
Creo que la democracia ha llegado a su punto final. La democracia es un régimen político con sus virtudes y sus defectos, como todos los sistemas, y que cumple su función. Creo que en estos momentos —y no lo estoy defendiendo, no mates al mensajero— como observador me limito a señalar que hay un nuevo sistema político que emerge con extraordinario vigor que es el sistema chino: libertad económica y autoridad política. Es como vive un estudiante en casa de sus padres, ellos son quienes gobiernan la casa, quienes se ocupan de resolver los enojosos problemas administrativos… y mientras tanto el estudiante va a estudiar, le dan una paga el fin de semana, sale, entra, chicolea, se va de botellón… Pues bien, ese es el sueño de todo chino y en definitiva de todo ser humano, por lo que esta nueva fórmula es la que va a acabar imponiéndose.
¿Pero los chinos no querrán imitar a Occidente también en ese aspecto, reclamando más libertades?
¿Imitar un sistema que nos ha llevado al desastre? ¿Cuál es la raíz del desastre económico del mundo occidental? Tiene nombre: un “malhechor” que se llama Keynes. Europa tiene una ideología, que es la socialdemócrata. Y tan socialdemócrata es Rajoy como Rubalcaba, Merkel y Cameron, por muy liberales que se proclamen. No son liberales. El liberalismo hoy día en el mundo occidental no existe. ¿Entonces en qué consiste la democracia, el Estado del Bienestar? Era algo sostenible a corto plazo, dentro de ciertos niveles, mientras no se produjera el fenómeno de la inmigración. Pero en el mundo actual el Estado del Bienestar no es posible. El Estado del Bienestar significa holgazanería, hedonismo y falsa solidaridad. Consiste en que medio país viva a costa del otro medio, como las cigarras. A mí me llama mucho la atención que cuando voy a Japón o a otro sitios y digo que soy español, una de las respuestas más frecuentes que suscita mi declaración es “ah, viene usted de esa parte del mundo donde la gente vive sin trabajar”. Y es verdad, así que no creo que los chinos tengan el menor interés en imitar el Estado del Bienestar. El Estado que yo propugnaría es el Estado de la responsabilidad. Somos hijos de nuestras obras, yo en esto coincido con Escohotado, Los enemigos del comercio me parece importantísima. Es un saludable egoísmo —practicado dentro de las normas del sentido común— tal como decían los filósofos anglosajones del siglo XVIII y XIX lo que nos puede llevar a organizar la sociedad de una manera adecuada. Si yo defiendo a los míos, si yo cultivo mi huerto tal como decía Voltaire y todo el mundo hiciera lo mismo, el mundo sería un vergel.
Ese individualismo que usted reivindica… ¿No se contradice con su interés por una sociedad tan opuesta a esos valores como la japonesa? ¿No resulta Japón un tanto asfixiante en ese aspecto?
Vamos a puntualizar. Japón es un país admirable, entre otras cosas porque es completamente distinto a los demás. Ahí hay un misterio que no sé a qué se debe, quizá a la condición de insularidad que hasta hace 150 años ha caracterizado la historia del país. Pero el mundo se divide entre Japón y los demás. Así que cuando yo llegué a Japón en 1967, después de estar un año allí, escribí una larga serie de artículos que se publicaron en España —con pseudónimo porque estaba exiliado— y el título general que puse a esas ciento y pico páginas fue el de Los marcianos están entre nosotros. Cualquier consideración que hagas sobre Japón no sirve para el resto de la humanidad y viceversa. Dicho esto, tengo que decir que mi admiración por Japón es por el Japón de los daimyō, de los samuráis, de Mishima, del bushido, no por el Japón actual. Aunque es verdad que el actual tiene una cosa extraordinaria y es que todo el mundo cumple con su deber. Eso es la herencia del bushido, casi nadie engaña a nadie. No hay delincuencia de ningún tipo, puedes dejar las puertas de tu coche o tu casa abiertas y todo el mundo va a respetar lo que haya en el interior. Todo eso hace que vivir allí relaje extraordinariamente.
Tu estás aquí en España y tienes la impresión —por desgracia corroborada por los hechos— de que está todo el mundo engañándote. Llamas al fontanero para que te arregle la cisterna y lo primero que hace es culpar al fontanero anterior diciendo “uy, lo que le han hecho aquí”. Te engaña tu jefe, tu subordinado, la comunidad de vecinos, los políticos… es una sensación agobiante, acabas extenuado viviendo en países como España, Italia o Grecia. Pero llegas a Japón y te relajas porque todo funciona a la perfección. No como un reloj suizo, sino como un Seiko en este caso. Dicho esto, debo admitir que ahora en Japón me asfixio. De hecho ya no vivo allí, aunque voy de vez en cuando porque ha sabido conservar casi como en un congelador las formas tradicionales hasta extremos que la gente no conoce. La gente cuando piensa en Japón piensa en Tokio, en la ultramodernidad. Pero es el país del mundo con más superficie boscosa. El 73% de la principal isla está cubierta por bosques impenetrables, en ese Japón holográfico, que vive a espaldas de Tokio, de Osaka, vive refugiado un Japón tradicional, con miles y miles de pueblos con la vieja arquitectura, con el ritmo de los viejos tiempos, es algo fascinante. Voy allí a buscar eso, no el otro Japón, que se ha convertido también en un país socialdemócrata. La socialdemocracia es la intromisión de los poderes públicos. No tenemos un resquicio de libertad, probablemente en estos momentos hay catorce cámaras grabando lo que decimos tanto o más cuando mi buena amiga Esperanza Aguirre vive al otro lado de esa pared, en el portal de al lado (risas).
No lo digo por ella, pero está todo controlado, todo prohibido, yo me ahogo en la España de hoy en comparación con la que conocí, que era la España de Franco. Esto tampoco es defender el régimen de Franco, es defender una sociedad en la que había libertad, por ejemplo, para ir a la farmacia a comprar lo que me diera la gana, y ahora prácticamente no puedo comprar ni una aspirina. Donde podía coger un avión y no someterme a las vejaciones que ahora nos imponen. Ahora vivimos entre barrotes, los terroristas han triunfado, en nombre de la seguridad —que es la mayor estupidez del mundo, porque no hay nada más inseguro que estar vivo— nos han metido a todos en la cárcel. Pues esto en Japón llega hasta extremos inverosímiles, la intromisión hasta en los últimos recodos de la vida cotidiana de los poderes públicos llega a ser agobiante, más que en ninguna otra parte.
Hablando de Japón, hay ciertas tradiciones que supongo que usted conocerá y no sé si habrá practicado, como el Nyotaimori o body sushi.
El mundo actual está hecho de ocurrencias, ingeniosidades. No sé si has leído cómo en China han dictado una ley por la cual en un retrete público solo puede haber dos moscas, más de dos es delito. Pues Japón está lleno de estupideces como esa, pero eso del body sushi y las muñecas hinchables es mínimo, es lo que se recibe en el mundo occidental del Japón. Hacen un documental o un reportaje sobre ese país y siempre salen estas cosas. Yo voy allí y no las veo, y he vivido casi 10 años de mi vida en Japón. Por supuesto que existe, no digo lo contrario, pero por ejemplo nunca he visto uno de esos hoteles en los que las habitaciones son cápsulas. Son aspectos mínimos pero muy llamativos que definen a los ojos de los no japoneses esa sociedad, una de las más falsificadas por los periodistas que he visto.
Body sushi… nunca he practicado tal cosa, evidentemente si me colocas aquí a una hermosa chavala japonesa… a mí la comida que más me gusta es el sushi y las chicas japonesas me gustan con delirio. Así que me la pones delante con sushi o sashimi encima, yo encantado me lo como. Pero no me puedo tomar en serio estas cosas, que también se han hecho en el mundo occidental, con chocolate o poniendo crema en el sexo a una mujer o ella a ti en tu pene y luego te lo chupa.
¿Y el shibari, que consiste en atar a una mujer con cuerdas?
Pero eso también se ha hecho toda la vida, es el sadomasoquismo. Al fin y al cabo si miras las posturas del Kamasutra, la mayor parte son irrealizables a menos que tengas un entrenador personal que te esté colocando una pierna de determinada manera o estés maniatado y colgado con poleas del techo. El mundo actual ha perdido el sentido común, yo todos los años hago un viaje con mis hijos y mis nietos, un viaje sagrado en el que a lo mejor un año vamos a la India, otro a Nepal, a Senegal, a Tanzania… Este año hemos hecho un viaje más corto, a Italia, concretamente a Cerdeña, Sicilia y Nápoles. Cerdeña es una isla curiosísima, es una especie de viaje a la prehistoria, la prehistoria está viva allí como en ninguna otra parte del mundo. Y en lo que es la Toscana, el Toledo, el corazón que es Nuovo, que está allí enclavado en las montañas que es donde se produjo este famoso fenómeno del bandolerismo sardo que duró hasta hace muy pocas décadas. Pues allí hubo algo que me llamó mucho la atención y sobre lo que quiero escribir algo. A comienzos del siglo XIX habían llegado los Saboya, la dominación española se había ido y representaban entonces la modernidad, tomaron una serie de medidas que a los campesinos sardos les parecieron disparatadas, entre otras cosas porque les expropiaron muchas tierras. Entonces se produjo un fenómeno curiosísimo de anarquismo conservador, de anarquismo reaccionario por así decirlo, como lo soy yo mismo, Escohotado o Boadella, y ese movimiento, que llegó a ser poderosísimo y puso en jaque a las autoridades, tenía un grito de guerra que es como se llegó a conocer el movimiento, “volvamos atrás”. Yo si tuviera que proponer ahora un manifiesto sería ese. Volvamos atrás, recuperemos el sentido común, recuperemos las viejas palabras, los viejos valores, las viejas costumbres.
¿Regresar atrás hasta cuando?
Todos hemos pensado alguna vez en qué momento de la historia nos hubiera gustado nacer. Yo lo he pensado en infinidad de ocasiones desde que era joven, y desde luego el momento de la historia en que más me disgusta nacer es precisamente el que he nacido. Cualquier momento anterior me hubiera gustado más. Por eso si me dices a mí —y no lo puedo proponer para los demás— que aparece aquí Mefistófeles y me dice aprieta botón y vuelves a nacer en el momento de la historia universal que prefieras: siglo VI antes de Cristo. Es el siglo de Buda, de Confucio, de Lao-Tsé, de Zaratustra, de los movimientos órficos, de Pitágoras, los presocráticos… Ese es el mejor momento de la historia universal. Todo lo que sabemos se dijo en ese siglo y desde entonces el mundo está en continua decadencia.
Respecto a estas épocas anteriores el consumo de drogas parece haberse centrado en el aspecto lúdico, se ha perdido la parte de ritual, de experiencia espiritual.
Eso es gravísimo, el hombre se ha drogado siempre y siempre se drogará. Hasta los animales se drogan; los monos, los elefantes de Namibia cuando toman bayas fermentadas del suelo: Hubo hace años una película deliciosa con esto. Drogarse está en la condición humana. Cuando follamos nos estamos drogando, el laboratorio interior está produciendo una serie de hormonas, de sustancias químicas como la oxitocina. Entonces la droga ha sido siempre un instrumento de éxtasis, para caer en trance, para encontrar respuestas o aproximaciones a las respuestas de las grandes preguntas como quiénes somos, a donde vamos, de donde venimos…etc. Y ahora en el mundo moderno, con la frivolidad que lo caracteriza, primero todas las drogas se meten al mismo cajón y pasan a ser estupefacientes. Y no tienen nada que ver las drogas llamadas alucinógenas con los opiáceos, las anfetaminas… son todas completamente diferentes y de efectos totalmente distintos. El siglo del que antes hablaba era el siglo de Eleusis, que va desde el siglo VII ac. hasta que monjes nestolianos fanáticos del siglo IV después de Cristo reducen a cenizas el viejo santuario iniciático de Eleusis. Todos los grandes espíritus del paganismo, artistas, políticos, todos ellos habían ido a iniciarse en los Misterios Mayores de Eleusis, porque como en todos los ritos sagrados había Mayores y Menores, algo que heredó el cristianismo, pero este quitó el principio activo de los ritos Mayores, que consistían en la ingesta de esa misteriosa sustancia, el kykeon, que llevaba a un estado de trance. El uso de tales sustancias es lo más importante que yo he hecho en la vida. Lo que más me ha enseñado en la vida han sido las ingestas de LSD, mescalina, peyote, ayahuasca…
¿Alguna experiencia en concreto que le haya marcado?
Sí, están en varios de mis libros. Fundamente en Los caminos del corazón, una novela que recoge mis largos viajes asiáticos de hippie en los 60, y en el primer volumen de mis memorias generales, Esos días azules: memorias de un niño raro. Y en un primer volumen de mis memorias espirituales —iban a ser dos— que se llama La del alba sería: mis encuentros con lo invisible. En ese libro me explayo sobre las experiencias más importantes que he llevado a cabo con ese tipo de sustancias y que sigo llevando. Solo la ingesta razonable —“nada en exceso” nos advertía el santuario de Delfos—, todo puede hacerse con cabeza y nada de una forma excesiva. Porque es cierto que yo he visto muchos de los mejores cerebros de mi generación destruidos por el alcohol y por otras drogas, nunca por las de este tipo, que ni generan adicción ni ningún efecto sobre el organismo y que únicamente liberan sustancias ya existentes en el cuerpo. Nunca han llevado a nada malo a nadie excepto a aquellas personas que ya tenían previamente tendencias neuróticas o psicopáticas, que sí las podían desarrollar. Como te estaba diciendo, ese tipo de experiencias psicodélicas —Escohotado prefiere lo de psiquedélico, de ambas maneras puede decirse— no solo han sido las experiencias de conocimiento, de gnosis, más profundas que yo he llevado en mi vida, al lado de la meditación, sino también las más arrebatadoras y embriagadoras experiencias de felicidad que he tenido nunca. De felicidad cordial, de amistad, de sexo, de emoción ante el anima mundi… los momentos más felices de mi vida han sido los vividos bajo los efectos de esas drogas.
¿Se definiría como un místico sin religión?
Sí, sin duda. Un místico sin iglesia. Se proponen diferentes etimologías para la palabra “religión”. Una dice que proviene de “releer”, que está bien, es efectivamente reinterpretar las experiencias de tu vida. Otra interpretación dice que proviene de “religar”, volver a unir lo que inicialmente estaba separado, lo que la espada del demonio separó en la unidad del cosmos. Desde ese punto de vista la palabra religión me gusta, lo que pasa es que ese término en el mundo occidental ha quedado vinculada al concepto de iglesia. Iglesia en el estricto sentido de la palabra solo la hay en el cristianismo. Las tres grandes religiones monoteístas —judaísmo, cristianismo e islam— son idénticas entre sí, y nacidas de una revelación que es un camelo, una revelación no es más que un estado psicopático. Son experiencias esquizofrénicas como la de Pablo y su famosa caída del caballo a las puertas de Damasco. Sin embargo las religiones orientales son politeístas, allí los dioses son de función, no de raza, su santoral está formado por el dios de los herreros, el dios de los escritores, etc. Nadie ha ido nunca a la guerra en nombre de Shiva o de Buda. En cambio todas las grandes guerras de la humanidad han sido en nombre de Alá, Yahveh o Cristo. En dichas religiones monoteístas surge el concepto de iglesia y la definición de un dogma. Y en el momento en que defines un dogma viene la exclusión: los buenos y los malos, los fieles y los pecadores…
Aún así la sinagoga no es una iglesia, una sinagoga es una especie de púlpito donde cada rabino inventa su propia doctrina. La mezquita tampoco es una iglesia en sentido estricto. Así que como decía la iglesia solo existe en el cristianismo y por tanto claro que soy un místico sin iglesia, como todos los místicos de la historia universal en todos los ámbitos culturales y geográficos. El místico es un científico. El místico no cree en nada, no tiene fe. El místico es un científico que tiene un laboratorio: su cerebro. En él induce fenómenos mediante una serie de experimentos, que pueden ser las situaciones límite como el peligro, el arte, el éxtasis, la ingesta de determinadas drogas, la soledad, el ayuno… el místico provoca todo este tipo de experiencias y estudia las modificaciones que generan en su conciencia con la misma meticulosidad con la que un químico observa el movimiento de las bacterias, microbios o lo que se a través de un microscopio. Entonces llega a conclusiones universales. Lo que dice el místico chino, hindú, sufí o cristiano es exactamente lo mismo, usando obviamente un lenguaje y unas metáforas diferentes. Pero el meollo de sus conclusiones es la misma, de la misma manera que una química china y otra americana.
Ahora que menciona la ciencia, en los últimos años han proliferado estudios científicos y filósofos como Daniel Dennet que hablan de la religión y de los sentimientos que la inspiran como un fruto accidental del funcionamiento del cerebro. Es decir, algo puramente fisiológico, quizá fruto de la selección natural. ¿Perderían entonces todo su valor?
En el mundo hay ahora una cuarta religión monoteísta además de las tres que te acabo de citar, que es la ciencia. El científico desempeña ahora el mismo papel que el hierofante en los templos egipcios en la época de los faraones. Su función era recibir a la muchedumbre de peregrinos que llegaban al propileo del templo y se dirigía a ellos con toda una parafernalia, con instrumentos musicales y voz engolada diciendo “acabo de estar en el pronao y Ra o Amón me ha comunicado… etc”, lo que él creía que eran los secretos del universo, cómo funcionaba el mundo. Esto es lo que hace ahora el científico: se encierra en una torre de marfil y de vez en cuando desgrana verdades como puños en un lenguaje críptico, inasequible al profano y revestido de autoridad, que cada 20, 30 o 40 años se descubre que era falso porque cambia el paradigma científico. De la misma manera en que se ha ido pasando de Aristóteles a Newton y de Newton a la física cuántica… etc. Entonces en estos momentos sales a la calle y cualquier problema del que hables, por ejemplo el Sida, la respuesta inmediata del hombre de la calle es “algo encontrará la ciencia”. Es una cuestión de fe. Al desaparecer los dioses, los sacerdotes, las religiones… ese miedo que anida en el corazón del hombre, por el que surge la idea de un dios salvador exterior a nosotros que nos conducirá al cielo tras la muerte, hace que el científico pase a adoptar ese papel a los ojos del hombre de hoy. Antes te hablaba de la diferencia entre las religiones monoteístas y las orientales, en las segundas no hay revelación sino iluminación. Tras once años sentado debajo del árbol de Bo, llega un momento en que llega al éxtasis, al nirvana, se le rompe el cerebro, resuelve el kōan de la existencia. Es una iluminación desde dentro, eso es lo que hace el místico, es un fenómeno real, científico, no es un fenómeno de fe. Todo lo demás son pamplinas.
La situación actual en España es de enorme pesimismo, el futuro se pinta muy negro, ¿qué actitud deberíamos tener ante todo esto? ¿Indignación, resignación, esperanza…?
No me siento español. No soy español ni de ninguna parte. Tengo en mi casa del pueblo donde vivo —que eso ni es España ni es nada, es como Macondo— un cartel en latín que dice “Ubi bene ibi patria”, que significa “Allí donde estés bien, está tu patria”. Miguel Hernández decía “donde están mis zapatos está mi patria”. Si yo estoy bien conmigo mismo, esa es mi patria. Entonces no me hables de España, me resulta absolutamente indiferente. La he dado por perdida, España no tiene arreglo, parafraseando a Primo de Rivera es una unidad de destino en lo infernal. El problema de España son los españoles. Los españoles han andado siempre a la greña desde la época de las tribus, arranca de la prehistoria, es una maldición no secular sino milenaria. Están todos enfrentados, España es el país del mundo en el que más guerras civiles ha habido y esto es un frío dato historiográfico. García Lorca dijo que aquí pasó lo de siempre, murieron cuatro romanos y cinco cartagineses, y eso sigue pasando.
Hoy en día gracias a dios de forma incruenta, pero el espíritu que condujo a la Guerra Civil está vivo en las calles exactamente igual. La fragmentación de las autonomías, esto es un delirio español, que ningún extranjero con dos dedos de frente y los pies en el suelo entiende. El español es una cigarra. ¿España? Siesta, fiesta y zarzuela. Estamos en plena crisis, estamos verdaderamente al borde del precipicio y aquí van a suceder cosas muy graves, están ya sucediendo. ¿Y qué hace la gente? Está todo el mundo en los bares, aquí la fiesta empieza el jueves. En Soria empieza la semana que viene las Fiestas de San Juan, igual que el valenciano con las Fallas, el pamplonés con los San Fermines o el sevillano con la Feria de Abril, además de tener un mes entero de vacaciones —cosa que un americano o un japonés no entenderían en su vida— ,además de tener todos los puentes habidos y por haber porque aquí todos somos pontífices, además de tener fiestas de guardar y de no guardar a lo largo del año, además de no dar golpe a lo largo de la semana, porque aquí desde el jueves hasta el lunes por la tarde no trabaja nadie, encima llegan este tipo de fiestas y durante doce días, digo bien, doce días, se detiene por completo la actividad económica de la ciudad ¿Tú crees que puede levantar cabeza un país que vive de esa forma? Somos los PIGS junto a Italia, Portugal y Grecia porque hemos sido siempre pobres. ¿Es eso una casualidad o una causalidad? ¿Por qué los países del centro de Europa han sido siempre ricos y nosotros no? Parecía que habíamos salido de pobres, porque cuando entramos en Europa nos dieron un montón de dinero. ¿Y qué hicimos con ese dinero? Gastárnoslo alegremente, como la cigarra, sin pensar en lo que sucederá cuando llegue el invierno. Cargándonos con la burbuja inmobiliaria el país y el paisaje. Ha quedado un país devastado y ahora encima Europa tiene que volver a socorrernos. Somos los mendigos del mundo.
Este rescate que se está produciendo es una ineluctabilidad histórica. Te voy a citar cuatro fechas: siglo XVI, Felipe II, la Armada invencible. Se va al diablo el poderío naval, España pierde el dominio de los mares, le traen la noticia a Felipe II y lo pillan rezando y no se inmuta, “no envié a mis naves para luchar contra los elementos” y sigue bisbiseando jaculatorias arrodillado en un reclinatorio. Siguiente siglo, Batalla de Rocroi, los invencibles tercios españoles son derrotados por el Duque de Enghien y a partir de ese momento España es expulsada de Europa y nos convertimos en lo que somos ahora: el hazmerreír del mundo. Tercera fecha: el desastre de la pérdida de las colonias de 1898. Francisco Silvela, Jefe de Gobierno, ese día en que perdimos las últimas migajas, Cuba y Filipinas, escribe un artículo llamado España sin pulso. ¿Qué hacen ese día los madrileños? Llenan la plaza de toros, llenan las horchaterías, eran las fiestas de la Paloma… por favor, ¡Qué importaba que se hubieran perdido las colonias! Lo primero es lo primero. Y esto último del rescate que acaba de ocurrir es una continuación de lo anterior, es el golpe en la nuca del conejo. Así que por mi parte, que vengan los de la troika, que por lo menos pongan orden en nuestras cuentas y nos obliguen a trabajar, que es lo que no hemos hecho en nuestra puta vida.
Para ir finalizando, tiene usted 75 años…
Desdichadamente (risas)
¿A estas alturas qué le queda por hacer?
¿Qué es envejecer? Hay una anécdota que me gusta de Stevenson, uno de los más grandes escritores que han existido. Era un hombre de salud frágil y llevaba una vida bohemia. Un día fue al médico y este le dijo “Señor Stevenson, si sigue llevando esta vida morirá joven”, y le respondió con una frase maravillosa: “doctor, siempre se muere joven”. Al comienzo de la entrevista te hablaba del carácter, hay personas que nacen viejas y mueren viejas, y personas que nacen jóvenes y mueren jóvenes. Yo nací joven y —aunque sea una locura porque igual me muero en 48 horas— me siento exactamente igual que como me sentía a los 20 años, y vivo de la misma manera que con esa edad. Viajo como cuando era un hippie de los años 60, de cuneta en cuneta, y, si hay que dormir en un templo, se duerme. No te creas que voy a hoteles de cinco estrellas, que los detesto. Si veo a una chica guapa por la calle como a esta fotógrafa que tenemos aquí, los ojos se me van detrás de ella, por desgracia los ojos de la chica mona ya no se van detrás de mí como cuando tenía 20 o 30 años. Pero quiero decir que tengo la misma actitud. Y de la misma forma que a esa edad tenía mil proyectos y me metía en la cama y se me ocurrían mil cosas, ahora igual: ya sea desde escribir un libro a crear un hotel de gatos en Castellfrío. Ahora estoy obsesionado con abrir un hotelito en Laos o en Camboya. Yo me doy cuenta de que quince vidas que tuviera no me bastarían. Envejecer es dejar de tener proyectos, detenerte. ¿Cómo es posible que la gente se jubile? La jubilación es una violación de los derechos humanos. Si uno quiere jubilarse allá él, ¿pero que te obliguen? Jubilarse es una enfermedad letal. Por eso tengo 75 años pero me siento joven. Mira que he hecho cosas… si alguien grita fuego corro, pero para acercarme al fuego. Me pasó el año pasado con el terremoto de Fukushima. Me pilló en Bangkok, y lo primero que hice fue irme a Japón y concretamente al propio lugar del terremoto, desde donde publiqué 35 crónicas. Toda mi vida la he vivido así, pero he procurado hacer las cosas con cabeza. No me he muerto en ninguna de estas aventuras y he procurado cuidar mucho el aspecto físico. He elaborado ese famoso elixir de la eterna juventud, por el que me tomo 70 pastillas al día, todas ellas de herbolario. Son sustancias que he ido encontrando buceando por una parte en la tecnología punta y por otra yéndome a los mercados, a los bazares, a los chamanes… esto de momento me permite la vitalidad de carácter que tengo, que sé que puede terminar en cualquier instante, qué le vamos a hacer. Así que esa vitalidad psíquica va acompañada de una vitalidad física que me permite seguir viviendo como he hecho siempre. Cuando me operaron del corazón, uno se plantea qué va a ser de mí a partir de ahora. Y entonces te das cuenta de qué es lo verdaderamente irrenunciable que hay en tu vida, aquello que si lo pierdes ya no te importa morir. Me di cuenta de que en mi vida solo hay tres cosas realmente imprescindibles. A mí me gusta mucho comer, también beber una buena botella de champán o de vino y me gustan mucho las mujeres… todo eso me gusta muchísimo. Pero yo puedo vivir sin follar y puedo rechazar la buena comida y el alcohol. Sin embargo hay tres cosas a las que no puedo renunciar: viajar, leer y escribir. Mientras pueda seguir haciendo esas tres cosas, seguiré sintiéndome igual de joven que me siento ahora.
Fotografía: Guadalupe de la Vallina