
Fotografía: Cordon Press.
Tres preguntas: ¿merece Haruki Murakami el Nobel de Literatura, como vaticinan las casas de apuestas año tras año? ¿Es fruto su éxito de una operación de marketing o ha escrito novelas auténticamente importantes? ¿Y cuáles son esos libros imprescindibles, si los hay? Tres respuestas: sí lo merece, sí tiene algún libro magnífico, y los imprescindibles son Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Kafka en la orilla y Al sur de la frontera, al oeste del sol. Este artículo será un intento de justificar estas respuestas, desde mi punto de vista forzosamente parcial. Estaré encantado de contrastar opiniones con los lectores, más teniendo en cuenta que al menos una compañera de Jot Down discrepa conmigo. Decido seguir los pasos del bingo de Murakami: ignoro la desaparición repentina de mi gato, abro una botella de Cutty Sark y me pregunto…
¿Merece el Nobel Haruki Murakami?
Se dice (o así lo recuerdo del Vidas escritas de Javier Marías) que en 1968 Yukio Mishima estaba tan convencido de que iba a ganar el Nobel que preparó una fiestaza en un hotel de lujo… Pero cuando quien ganó en su lugar fue su maestro Kawabata, se tragó la bilis y fingió que la fiesta era en su honor. Durante años Mishima fue favorito al Nobel sin ganarlo: hay quien cree que esa frustración acumulada fue uno de los factores que le hizo perder la cabeza, un proceso que desembocó en un fallido golpe de estado a sablazos, unos cuantos cadáveres y un doloroso suicidio por seppuku. Ya valdría la pena darle un Nobel a Murakami solo para evitar que siga el mismo camino y se presente con una katana en Estocolmo.
Sé que Murakami no es un candidato que se acepte al primer vistazo, como Coetzee o Kenzaburo Oé. No es difícil sacarle defectos a parte de su narrativa, y yo mismo me sobresalto en ocasiones al chocar con frases que pisotean la línea roja entre lo cursi y lo sublime. Otras veces puede caer en la repetición o el formulismo, igual que un músico que dependiera demasiado de las mismas melodías.
Pero le perdono sin dudar los hipidos y vacilaciones: nadie puede ser sublime sin interrupción y hasta mi idolatrado Bolaño perpetró algún cuento mediocre. Murakami se ha ganado mi respeto gracias a unas pocas novelas que logran algo dificilísimo: inspirar al lector, volverle más creativo, darle acceso a sus infinitos mundos interiores. ¿Qué es El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas sino un viaje sin retorno por la propia mente? Sin necesidad de plantear artificialmente grandes dilemas morales, Murakami presenta un mundo en el que la resolución de los conflictos internos (soledad, miedo, desamor) se materializa a través de epifanías oníricas y símbolos que se vuelven tangibles. Tu inconsciente no solo toma cuerpo frente a ti, también decapita a tu gato y construye una flauta con sus huesos. Cuando Murakami está inspirado puede arrojarte a un pozo, escarbar en tu alma y obligarte a enfrentar tus miedos armado con un bate de béisbol.
En palabras de Rodrigo Fresán, fan confeso de Murakami: «pura intuición y —al mismo tiempo, cuando todo parece a punto de venirse abajo— una firme precisión para afectar al lector de maneras siempre impredecibles, haciéndole sentir que aquello que se le cuenta no está escrito sino que está sucediendo en el acto, para que sea él quien termine de convertirlo en íntima trama». La literatura de Murakami merece un Nobel no por la belleza formal de su lenguaje (sus propios traductores comentan que su prosa es sencilla y directa) sino porque logra un acceso inmediato al inconsciente colectivo de medio mundo usando herramientas tan aparentemente banales como la simplicidad, la intriga narrativa y las referencias pop que exasperan a sus detractores.
Las aventuras del hombre que olía a mantequilla
Hay escritores predestinados a no ser profetas en su tierra. En Japón se acusa a Murakami de batakusai («apestar a mantequilla»), es decir, de estar demasiado americanizado. El crítico Masao Miyoshi sostiene que Murakami no muestra a Japón en sus libros, sino la idea de Japón que tienen los lectores extranjeros. Una acusación injusta: sus referentes culturales son más americanos que nipones (clubes de jazz y no casas de té, poemas de Ginsberg antes que haikus), y cierto es que sus localizaciones son más universales que reconociblemente japonesas, pero Murakami no está desconectado de la realidad de Japón. Uno de los temas de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo es el contraste entre la plácida vida japonesa de hoy en día y sus raíces sangrientas, reflejadas en los recuerdos gore del teniente Mamiya en Manchuria. El mismo Underground, su libro de entrevistas sobre el ataque con gas sarín en el metro de Tokyo, es una muestra de pensamiento puramente japonés…

Fotografía: Chihyu Lin (CC).
Por otro lado, no se puede reconocer la universalidad de un escritor y criticar que no refleje la realidad de su país: o estamos a setas o estamos a Rolex. A veces se debate sobre si esa universalidad esconde un conocimiento profundo del alma humana o una simplificación de sus mecanismos… En mi opinión, los tres buenos libros de Murakami encierran verdades universales, y su ambigüedad no es fruto de la pereza o la falta de habilidad, sino de la búsqueda del mínimo común denominador entre argentinos, japoneses o lapones. De nuevo Fresán acierta: «[los textos de Murakami] siempre parecen estar dirigiéndose única y exclusivamente a quien en ese momento los lee y experimenta la extraña nostalgia de algo que no se vivió pero, de pronto, se recuerda».
También he leído que darle el Nobel a Murakami no sería un reconocimiento a la vitalidad de la literatura japonesa, sino una admisión del poderío del marketing yanqui. ¡El poder del New Yorker te obliga! Cierto es que las editoriales grandes prefieren unos pocos superventas a muchos libros medianos (el problema de la mid-list), y se podría argumentar que la avalancha Murakami ha ahogado la voz de otros autores japoneses… Pero mi experiencia ha sido la contraria: tras el boom mundial de Tokio Blues resulta más sencillo encontrar en librerías a otros japoneses. Siempre ha sido fácil comprar libros de Mishima o Kawabata, pero gracias a la moda Murakami llegaron a un público más amplio autores como Banana Yoshimoto, Yoko Ogawa, Hitomi Kanehara o Ryu Murakami, sin parentesco alguno con Haruki pero que podría pasar por su primo drogadicto y pervertido. (Un paréntesis: Piercing de Ryu Murakami es una maravillosa novelita de amor psicopático que no habría que dejar pasar).
Lo que no tiene sentido, aunque quede muy hipstérico, es juzgar los méritos de un autor por lo mucho que venda o por el apoyo que reciba. ¿O es que García Márquez no ha sido promocionado por las majors editoriales? Pero no voy a seguir por ahí, que me indigno. Permítanme que vuelva al título de este artículo comentando los tres libros que justifican una carrera.
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo

Imagen: Tripp (CC) / Vintage.
Un hombre sin rasgos destacables llamado Tooru Okada ve cómo su mundo enloquece lentamente a partir de dos desapariciones inexplicables: primero su gato y luego su mujer… Momento en el que podría haber aparecido Rod Serling en el porche de su casa, fumando un cigarrillo mientras cuenta cómo acaba de abrirse un portal a La Dimensión Desconocida.
La forma en que lo fantástico interactúa con lo cotidiano en Crónica está muy alejada del realismo mágico: sus personajes son conscientes en todo momento de la extrañeza de lo que están viviendo y lo viven casi como un sueño lúcido. El propio Murakami subraya el carácter onírico de lo que escribe: «Para mí, escribir una novela es como soñar; me permite soñar adrede mientras estoy despierto. Puedo continuar un día el sueño del día anterior, algo que no puede hacerse normalmente. Es también una forma de descender profundamente en mi conciencia. Así que aunque sea algo onírico, no es fantasía. Para mí lo onírico es muy real». ¿Qué mejor lugar para acceder al inconsciente colectivo que los sueños hechos realidad?
Crónica no es un generador de frases impactantes para citar fuera de contexto, como peces boqueando en tierra. Su fuerza está en la manera lenta e implacable en que construye una fábula multidimensional a partir de historias fragmentadas que se combinan y dejan entrever ramificaciones infinitas, símbolos que apelan más al instinto que a la razón… Sueños angustiosos de los que despertarse vivo y renovado. Y con un gato.
Kafka en la orilla

Imagen: Vintage.
Merece la pena leer esta novela sin ideas preconcebidas, así que solo diré que la historia mezcla a un adolescente fugado, un vagabundo amnésico y un montón de inolvidables momentos WTF. Es la novela de Murakami más cerrada, planeada y compacta, así como la más visual e imaginativa. En este blog (cuidado, spoilers en el enlace) se ilustran con gracia los momentos icónicos de la novela en que sueños y realidad chocan violentamente.
Dice Umberto Eco que cualquier obra es una «máquina de generar interpretaciones». Una buena novela resuena en el interior de los lectores, generando teorías sobre su contenido que suelen ir más allá de la voluntad del propio escritor. Poco después de la publicación de Kafka en la orilla, en la web de Murakami se habilitó un espacio para que los lectores (solo japoneses, por desgracia) enviaran sus preguntas e hipótesis sobre puntos concretos de la novela. Se recogieron más de ocho mil entradas, de las cuales el propio Murakami contestó más de mil, a veces flipando ante enfoques que no se le habían pasado por la cabeza. Su amigo y traductor Jay Rubin comenta que a menudo contesta a las preguntas de ese tipo con un ambiguo «quizás» o «interesante», limitándose a desmentir las interpretaciones más descabelladas.
La gracia de Kafka en la orilla es que genera estas mil interpretaciones sin trampas ni torturas narrativas. Cuando el lector ve que un personaje hace llover sanguijuelas del cielo, lo acepta gracias a la lenta construcción previa de un mundo roto invadido gradualmente por los sueños y la irracionalidad… Un escenario creado con maestría a partir de un crescendo calculado de situaciones inexplicables que mantienen un tono surrealista-onírico-metafórico; un marco en el que los lectores pueden dar su propia interpretación de por qué llueven sanguijuelas y no extintores. Por poner un ejemplo de narración fallida: cuando los poderes de la isla de Perdidos aparecen y desaparecen al poner y quitar el tapón de una bañera-estanque, muchos espectadores reaccionaron con hastío: ese tapón no tiene sentido ni desde el punto de vista fantacientífico ni desde el místico-religioso, con lo que acaba en la tierra de nadie de las ocurrencias arbitrarias. Mi teoría es que ese tapón estaba inserto en el recto de Damon Lindelof y por eso sacarlo le deshincha (ma gavte la nata, como dicen en El Péndulo).
Al sur de la frontera, al oeste del sol

Imagen: Tusquets.
No todas las novelas de Murakami tienen la cualidad onírica del Pájaro o Kafka. En Tokio Blues (Norwegian Wood), la novela más conocida de Murakami, no hay elementos fantásticos sino improbables, algún baile de coincidencias en la línea de La música del azar. Pero Tokio Blues no me parece una novela redonda: algunos requiebros forzados dan la impresión de que Murakami hubiera preferido introducir un elemento onírico en lugar de torturar la trama para que todo encaje. Y es que el objetivo reconocido de Murakami al escribir Tokio Blues fue demostrarse a sí mismo que podía escribir una novela 100% realista… Y la primera imagen que me viene a la mente al oír eso es la de Michael Jordan tratando de demostrar que también se le da bien el béisbol.
Aunque esta última comparación sea probablemente injusta, porque en mi opinión si hay una novela magnífica que demostró que Murakami puede ser un buen escritor realista: Al sur de la frontera, al oeste del sol. En ella un protagonista cuarentón, reflejo en algunos aspectos del propio Murakami, se reencuentra con una amiga íntima de la infancia, con efectos catastróficos. Esta es una novela introspectiva y sorprendentemente cruel con su narrador, que se echa una larga mirada a sí mismo y no parece satisfecho con lo que encuentra. Independientemente de la opinión que cada lector se forje sobre las acciones del protagonista, es inevitable empatizar con su sorpresa ante la facilidad con se pierde el control de la propia vida y se destruye todo lo que considerábamos sólido y estable.
Que gane ya el puñetero Nobel y pasemos a otra cosa
Murakami ha escrito otros textos notables: Sputnik mi amor es un precioso cruce entre sus dos estilos, el onírico y el realista; La caza del carnero salvaje tiene la fuerza maníaca de las confesiones escritas del tirón; El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas es un viaje psicoanalítico alucinado y alucinante… Y entre los cuentos de Sauce ciego, mujer dormida hay alguno genial, relacionado cómo no con extrañas desapariciones. De las obras recientes de Murakami solo se me ha atragantado 1Q84, que hubiera funcionado mejor dividida en historias independientes. Si he elegido solo tres novelas es porque con ellas hay más que suficiente para concederle a su autor cualquier premio que tengamos a bien imaginar. Miembros de la Academia: denle ya el puñetero Nobel para que podamos hablar de otras cosas.
No estoy seguro de por qué Murakami despierta tantos odios. Una cosa es que no guste su estilo, lo que entra en el terreno de la crítica legítima y personal… Pero mucha gente se deja llevar por el lado oscuro de la Fuerza y lo pone a parir sin haberlo leído siquiera. Supongo que resulta tentador hacerse el perdonavidas y mirar por encima del hombro a un escritor que emplea lenguaje claro y sencillo, vende mucho y planea siempre sobre los mismos temas. Pero el haterismo anti-Murakami olvida a menudo que un autor no tiene por qué ser un outsider para ser necesario… basta con que sepa abrir un portal (o en su caso, un pozo) a la Dimensión Desconocida.

Una escena de Noruwei no mori / Tokio Blues. Imagen: Asmik Ace Entertainment / Fuji Television Network.